12 abr 2016

"EN la pared hay un agujero blanco, el espejo. Es una trampa. Sé que voy a dejarme atrapar. YA está. La cosa gris acaba de aparecer en el espejo. Me acerco y la miro; ya no puedo irme.
Es el reflejo de mi rostro. A menudo en estos días perdidos, me quedo contemplándolo. No comprendo nada en este rostro. Los de los otros tienen un sentido. El mío, no. Ni siquiera puedo decidir si es lindo o feo. Pienso que es feo, porque me lo han dicho. Pero no me sorprende. En el fondo, a mi mismo me choca que puedan atribuirle cualidades de ese tipo, como si llamaran lindo o feo a un montón de tierra o a un bloque de piedra.
Sin embargo hay algo agradable a la vista, encima de las regiones blandas de las mejillas, sobre la frente; la hermosa llamarada roja que me dora el cráneo, mi pelo. Es agradable de mirar.
Por lo menos es un color definido: estoy contento de ser pelirrojo. Ahí, en el espejo, se hace ver, resplandece. Tengo suerte: si mi frente llevara una de esas cabelleras que no llegan a decidirse entre el castaño y el rubio, mi cara se perdería en el vacío, me daría vértigo.
Mi mirada desciende lenta, hastiada, por la frente, por las mejillas; no encuentra nada firme, se hunde. Evidentemente, hay una nariz, ojos, boca, pero todo eso no tiene sentido, ni siquiera expresión humana. Sin embargo Anny y Vélines opinaban que tenía una expresión vivaz; es posible que esté demasiado acostumbrado a mi cara. Cuando era chico, mi tía Bigeois me  decía "Si te miras largo rato en el espejo, verás un mono".

Debí de mirarme más todavía; lo que veo está muy por debajo del mono,  en los lindes del mundo vegetal, al nivel de los pólipos. Vive, no digo que no; pero no es la vida en que pensaba Anny; veo ligeros estremecimientos, veo una carne insulsa que se expande y palpita con abandono. Sobre todo los ojos, de tan cerca, son horribles. Algo vidrioso, blando, ciego, bordeado de rojo; como escamas de pescado. "


cita de La náusea, de Jean P. Sartre.

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