25 jun 2012

La última pureza del planeta

Era un día que parecía en trance, intacto. Los cielos estaban tranquilos. Las calles del terror, en pausa. Aún asi la gente estaba tensa, esperando algún impacto.
Cansadas del encierro, de la cautela,  ellas tres decidieron salir de sus casas. No estaban seguras, pero, ¿qué más da? La tierra ya estaba enferma.
La única inocencia de esa ciudad sin destruir, el último sueño que todavía no fue sacudido. Una pequeña plaza. Un pequeño rincón del mundo sin estallar.
Atrás de ella, un campo de minas, carteles desafiantes y un cielo oscuro. Lo que separaba a ésta monstruosidad de aquella indefensa plazita era un imponente alambre de púas.
Las últimas niñas del mundo en la única plaza del mundo, del universo.
Se sentían pequeñas, eran lo más puro del planeta.
Se sentaron en las hamacas y empezaron a hamacarse, mirando hacia el campo de minas.
Sus pies daban con el humbral. Sus pies tocaban la realidad; sus cabezas, la libertad. El viento. 
Esa vista que antes daba a un terreno de una canchita de barrio, hoy es ese loco campo de minas.

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